Bastó escucharte, una vez y estrechar tu mano, una vez, para reconocerte entero.
Y aunque ya no pueda otra vez escucharte y otra vez estrechar tu mano,
hoy he creído oir de nuevo tu voz reviviendo aquellos versos de Neruda:
"Déjenme solo con el día.
Pido permiso para nacer".
Aquí quedas para siempre.
Un fuerte abrazo.
Tomás Montero